Anécdotas de Viaje: Dos Primeros Meses

Anécdotas de viaje: dos primeros meses.

A veces estamos preparados para muchas cosas cuando viajamos: sabemos que nos tocará caminar harto, que el clima será así o asá, nos preocupamos de estar alerta cuando compramos y que no nos estafen. Pero hay situaciones que te van ocurriendo en el camino que no puedes predecir, que nunca las pensaste o nunca te las contaron. Cosas que te pasan o que le pasan al resto. Cosas buenas o malas. Cosas que, a fin de cuentas, te harán recordar cada viaje con cariño.
Estas son mis anécdotas de viaje para estos dos primeros meses. Al final son puras tonteras, la mayoría bien personales. Espero no dar la lata no más.

Anécdotas de viajes dos primeros meses

Holi Festival of Colours en Manila

Me traje 2 cepillos de dientes: uno retráctil especial para viajes y otro normal, que era el que usaba en la oficina. Pese a eso, todo este tiempo he usado el que me dieron en el primer avión. Es el cepillo más indecente del mundo y creo que ya debería botarlo pero por alguna razón no lo hecho. Sigue bueno, en todo caso.

En Filipinas -país en el que he pasado la mayoría del tiempo en estos dos meses- los guardias de seguridad son policías. Con traje de policías y armados con pistolas, ahí a la vista del público. Para entrar en cada lugar te revisan la mochila o te hacen pasar por un detector de metales: en centros comerciales, cines, bares, supermercados, el metro, etc. Lo anecdótico de la situación es que esto no me hace sentir más segura. De hecho, al revés. No me siento cómoda con ellos ahí.

Anécdotas de viaje dos primeros meses

Con el guardia de seguridad de la isla de Borawan

Antes de salir de Chile pensaba que nunca me iba a acostumbrar a bañarme con agua fría. Ahora no sólo lo hago sin sufrir, sino que lo puedo hacer un montón de veces al día si es necesario (¡el calor húmedo apesta!). Incluso me da lata cuando necesito una ducha fría y el agua empieza a salir tibia a causa del calor extremo que hay afuera. Lavarme el pelo con agua fría también ha sido un caso. Siento que nunca quedará lo suficientemente limpio.

Un día quería escaparme de Manila y su contaminación que en serio me tenía estresada. Pero no pude hacerlo porque nadie en la calle supo indicarme bien cómo llegar a una estación de buses. Yo tenía ciertas coordenadas que no eran exactas, y a todo quien al que le pregunté me mandó para un lado diferente. Fue uno de los días más frustrantes que tuve. Terminé pasando la tarde en un mall sólo por el aire acondicionado.

Me gusta la comida en Filipinas pero los sabores son diferentes a los chilenos y eso ha sido difícil. De verdad extraño un montón los sabores chilenos y la comida de mi mamá. El primer sabor con el que me he sentido como en casa fue con el Whopper y fui feliz. Burger King no cambies nunca, porfa. El segundo fue una ensalada césar que nos dieron en una pizzería.

Anécdotas de viaje dos primeros meses

Una de las mejores comidas que tuve en Filipinas

Empecé a valorar de sobre manera los tapones para los oídos. Por alguna razón nunca los consideré importantes, hasta que me los dieron en el avión y desde ese día han sido mis aliados número uno. Sin embargo, he descubierto con los días que estos me hacen soñar mal porque duermo con una sensación de encierro. Así que al final siempre termino sacándomelos en la mitad de la noche.

He tomado más cocacola que toda la que tomé durante el 2015. Y no me enorgullezco de esto. También en estos dos meses he comido más arroz que todo lo que puedo comer en seis. Es cuático cómo uno se adapta a las costumbres de otros lugares tan rápido.

Me he comprado al menos 4 asuntos diferentes contra los mosquitos y sus picaduras: cremas, aceites, aerosoles, enchufes… Creo que nada sirve, y lamentablemente ya me estoy acostumbrando. Lo único que espero es no terminar con dengue o malaria. Ah, y entre las cremas la más potente es una con 25% de DEET. Lo que según he leído es como lo mínimo. Pero no he encontrado otro más potente 🙁

Para el fin de semana largo de Semana Santa (recuerden que Filipinas es un país mayoritariamente católico) me escapé a la isla de Cebu para así tener unos días de paz y no hacer nada. Debía volver el lunes en la tarde y estar el martes en la mañana trabajando, pero había un taco terrible en la carretera que me hizo perder el avión. Me sentí pésimo, y eso que había calculado 2 horas extras por cualquier contingencia (pero el taco me atrasó tres horas).

Cuando volvía del aeropuerto hacia el hostal que tuve que reservar de emergencia, me puse a llorar con el taxista cuando me preguntó «qué venía a hacer a Cebu». Su nombre era (¡oh, no encuentro la tarjeta que me dio con su nombre!) y me dio las palabras de aliento necesarias para aguantar ese obligado día extra: “Las cosas pasan por algo. Si esto te pasó ahora es porque tenía que pasar. Tenías que quedarte en Cebu un día más. Con el tiempo te darás cuenta que esto fue bueno para ti. Algo aprenderás” (por supuesto no me acuerdo qué me dijo exactamente pero esto es lo que rescaté de las profundidades de mi mala memoria). También le conté del blog y me pidió que lo nombrara acá jaja, por eso traté de poner su nombre unas líneas más arriba.

Anécdotas de viaje dos primeros meses

Niños jugando en Boljoon, isla de Cebu

A veces me sorprende la amabilidad de la gente con la que me he ido topando. Es como «no, por favor, pare de ser tan amable conmigo, no se preocupe, en serio, no tiene por qué hacer eso». Es rara la sensación de recibir tanto cariño desinteresado de un extraño. No sé explicarlo. Creo que en español no hay una palabra para eso.

¿Conocen el Síndrome de París? Es la enfermedad que le da a las personas (mayoritariamente japoneses) cuando al fin conocen un lugar que ansiaban conocer y se dan cuenta que «no era tan lindo como se veía en las fotos». Bueno, lo he sufrido en carne propia, tanto en Australia como en Filipinas (pero más en este último). De hecho he pensado seriamente que la última vez que me enfermé del estómago no fue por haber comido algo malo, sino que fue por este síndrome.

Yéndome de Manila hacia Palawan decidí dejar ropa que no estaba usando para así liberar peso en la mochila. Haciendo eso me di cuenta que al menos un 30% de la ropa que traje no la he usado ni un solo día. Podría haber dejado todo eso, pero en serio son cosas que me gustan y no estoy dispuesta a soltarlas todavía. Es algo que no he aprendido a hacer. Finalmente sólo dejé un pijama, un chaleco y unas chalas (pero estas no cuentan porque en su reemplazo me estoy llevando otras que me compré en el mercado).

La mochila subió de peso a 15 kilos. No entiendo cómo. Está terriblemente pesada. Estoy enojada conmigo misma por eso. Y no se me va a pasar el enojo hasta que aprenda a soltar. Lo peor de todo es que SABÍA que esto me iba a pasar: lo leí mil veces en blogs de viajes ajenos. Aún así viajé con ropa que me gusta y que ahora no puedo dejar. No puedo cargar más con eso y tendré que mandar una caja con ropa a Chile, lo que me va a salir carísimo, pero es el precio que tengo que pagar por ser tan retontona.

Anécdotas de viaje dos primeros meses

Atardecer en medio de la ruta Coron-Manila en ferry

Y bueno. Muchas de estas cosas tienen que ver con acostumbrarse a vivir viajando y a compartir con una nueva cultura. Son mis dos primeros meses de una vida que quiero que sea nómada. Y entonces se trata de mucho aprendizaje y entrega, pero mantener la mente y el corazón abierto es algo súper difícil. A ver si con el tiempo lo consigo.

¿Les ha pasado algo similar? ¿Se sienten identificados con algo de esto? Espero sus historias en los comentarios. ¡Saludos viajeros!

Comments (2)
  1. Valentina mayo 16, 2016
    • La Nico mayo 17, 2016

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Viajando Lento por Nicole Etchart Opitz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.